::... Honramos a las generaciones y vivimos el contacto con la memoria antigua de nuestros pueblos ...::

domingo, 12 de julio de 2020

Cuando las mujeres nos reunimos a cantar

Cuentan las abuelas que las mujeres se reunían a compartir su tiempo juntas. Tejían, hablaban, cocinaban, amamantaban y cantaban juntas. Recuerdo también haber visto en muchas películas de época la complicidad de las mujeres “de antes”, mujeres habitando esos espacios contenidos y cuidados donde podían ser ellas, en donde todo era válido y encontraban la seguridad para manifestar lo que realmente eran. Sin embargo, pensaba que como mujer mestiza habitante de una ciudad con más de cinco millones de personas, esas historias se quedaban en lo que “se cuenta” o lo que salía en las películas, que las mujeres de mi tiempo no teníamos acceso a eso que otras tuvieron. Las mujeres de ahora trabajan en oficinas, escuelas, mercados, hospitales, bancos o restaurantes; están a cargo de sus hijes, de los quehaceres de la casa o de los cuidados de otros miembres de la familia; en fin, hacen de todo menos tejer o cantar juntas. Quizá lo más cercano que podía encontrar en mi cotidianeidad era el cafecito que de cuando en vez me tomaba con mis amigas. 

Esa idea cambió el día que conocí un círculo de mujeres, en especial, de mujeres que se reunían a cantar. Llegar a un espacio cuidado, protegido, que sostiene un rezo fue algo totalmente nuevo para mí. Sin embargo, lo que no era nuevo fue el sentimiento de que debía de cumplir una expectativa, ¿qué tengo que hacer? ¿y si me equivoco? ¿qué canción canto? ¡pero si mi voz es horrible! ¡yo no sé cantar! ¡nunca he sido entonada! Una serie de exigencias, miedos, expectativas se desbordaban en mi mente, dándome cuenta así lo difícil que es soltarme sin miedo a las experiencias, dejar de lado lo que he aprendido y permitirme desaprender para aprender. 

Poco a poco fui recibiendo la medicina del canto, el sonido del gran tambor al que todas referían como “La jefa” fue hablándome, resonando en mi corazón, dándome el valor y la confianza, para soltarme, para rezar. Entonces aprendí a rezar cantando, a sincronizar la vibración de mi voz y mi corazón al toque del tambor y a la frecuencia de nuestras voces. A entender que para cantar no necesitaba nada más que mi voluntad, mis ganas de compartir, mi disposición para dejar fluir el sonido que nace en mi estómago, atraviesa mis pulmones, transita mi garganta y sale de mi boca. Supe entonces que ninguna de las mujeres sentadas alrededor de la jefa me criticaría o emitiría un juicio de mí, pues el objetivo de reunirnos no era cantar bonito, era simplemente cantar. Cantar desde el corazón, cantar desde el espíritu, cantar para el fuego, la tierra, el agua y aire, cantar a la vida, cantar al amor. Así, cantar juntas se ha convertido en una medicina, en un bálsamo -sobre todo en estos tiempos-, en un ritual que nutre mis días, que regocija a mi corazón. 

Texto: Yuliana Cerros
Foto: Nesbith Lauro

No hay comentarios.:

Publicar un comentario