Como raza humana, desde hace ya miles de años, nos dimos cuenta que ser parte de una familia, un grupo, una tribu, un clan, era mucho mejor que andar sola por allí. Sabernos parte de algo más grande que nosotras, nos fortalece, nos da identidad. Sin embargo, no es hasta que una lo vive, hasta que una verdaderamente se siente parte de algo, que las bondades de la colectividad comienzan a revelarse frente a nuestros ojos.
Ser parte de un Círculo de Mujeres es medicina pura. Los procesos que una es capaz de abrir sintiéndose arropada por otras mujeres son sin duda un valioso regalo en nuestros tiempos. Y es que los vínculos que se construyen van más allá de la amistad, la otra se convierte en tu hermana, tu espejo, tu comadre, tu otredad.
Allí dentro nuestros corazones encuentran un lugar seguro para latir en su preciosa y única forma, para ser nosotras sin miedo al juicio, a la crítica o a la burla. Allí nuestras voces encuentran un eco, nuestras historias empatizan con las de las demás y nuestras miradas se encuentran con la de la otra en dulzura, belleza y genuino amor.
Texto: Yuliana Cerros
Foto: Karenina Casarín
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